¿1789?
Publicado en el “Völkischer Beobachter”, 22. Februar 1921
Hoy parece finalmente alborear a un pequeño número de hombres que la lucha por la esencia alemana y el Reich alemán no ha acabado, sino que ha empezado. Se sabe que está próximo un asalto decisivo por parte de las organizaciones revolucionarias mundiales y todas las fuerzas nacionales del pueblo alemán conjuran por una agrupación activa y por una enérgica sublevación.
Algunas veces, sin embargo, impresiona curiosamente ver que también estos hombres encuentran que es preciso para el más claro germanismo, mirar hacia la “gran revolución francesa” como ejemplo para la venidera revolución alemana, y que todavía no se han liberado del funesto destierro de las consignas arrojadas en aquella época al mundo. “Libertad, Igualdad, Fraternidad, Humanidad” etc., repercutieron entonces más allá de los Vogos. Estas mismas contradictorias frases nunca han fracasado en su efecto sobre las grandes masas, mas produjeron por medio de sus confusas disposiciones necesariamente una desgracia tras otra. Pero una generación descendió de ahí, la nueva, insignificante, olvidadiza, tambaleada de nuevo tras baratijas resplandecientes para su propia infelicidad. Y prospera siempre en lo profundo de una conspiración internacional.
¡Igualdad! Esto no es ni más ni menos que un llamamiento a todos los sentimientos plebeyos de los hombres. Pues a través de la obsesión de esta consigna se suscita el odio constante y permanente en todas las capas sociales del perezoso y del impotente contra toda grandeza, contra toda excelente aportación y personalidad que se eleva a un ideal. La doctrina de la igualdad roba al hombre de antemano la aspiración a la perfección, destruye toda veneración (Ehrfurcht). No aspira a subir a los más pequeños a los más grandes modelos, sino que arrastra todo lo alto por el polvo. Viene a ser lo mismo tanto si la igualdad de hermanos de 1789 rezumaba en los campanarios góticos, porque eran más elevados que las otras casas, como si fuese canciller del Reich un Herman Müller.
Libertad es para todos nosotros un concepto más venerable. No obstante, en relación con la “igualdad” se ha convertido en la predicación de la arbitrariedad. Y si ahora se enseñan los derechos de la libertad y no los deberes, se irá irremediablemente por el camino hacia la anarquía.
Es por ello que el año 1789 ha devenido un año sagrado para los entusiastas menos críticos y para los intrigantes más críticos. Los unos, se embriagan en él, los otros, aprovechan sus productos para sus propios fines.
No hay ninguna duda sobre ello de que el antiguo sistema de Francia estaba maduro para el ocaso. Quién fuese especialmente responsable en particular de la entonces corroída economía, no puede ser objeto de discusión aquí. Ella se hundió. Sin embargo, en su lugar no compareció ninguna gran idea ética, sino una traca de frases que hasta hoy como una droga ha llevado a los pueblos a ilusiones.
El sentimiento nacional de los franceses les ha preservado siempre de la en aparente inevitable decadencia. Les salvó también de las manos de sus mezquinos dirigentes. Es erróneo que esta conciencia nacional la haya implantado la Revolución. Vivió organizada y consciente desde la unión del Imperio por Luis XI hasta el día de hoy.
Esto sería una cuestión. Y luego además: el año 1789 significa para todos nosotros la emancipación de los judíos, la hora del nacimiento de los espíritus yermos en la cultura europea.
Ya se sabe cómo se llevó a cabo. El proveedor del ejército francés Cerfbeer había rogado a Moses Mendelsohn de aprovecharse de la gran autoridad que también tenía entre los cristianos y redactar un escrito para la emancipación de los judíos. Moses no consideró este camino por lo práctico y erigió su portavoz en Dohn, después de que su obra sobre la reforma de los judíos fuese redactada. “Mendelsohn pensaba y Dohn escribía” (Graetz). En el Salón judío de Henriette Hertz en Berlín presentó Mendelsohn a Dohn a Mirabeau, que a la sazón estaba endeudado hasta las orejas con los judíos, y que más tarde sería defensor de los judíos. Todas las reclamaciones de los alsacianos, que expusieron irrefutablemente las destructoras consecuencias de la igualdad de derechos para un pueblo de usureros, fueron en balde. Sí, uno de los principales pregoneros de la en aquella época predicada revolución mundial, Duport, dijo, que la lucha contra la emancipación de los judíos era al mismo tiempo una lucha contra la constitución francesa. La “idea” de la igualdad de derechos producía sus frutos. Sus representantes echaron las fronteras por tierra, se desarmaron ellos mismos, y las asociaciones judías nacionales-internacionales entraron con igual avidez en los estados europeos.
¡En todos los estados de Europa! Pues bajo la protección de los franceses se cumplió en el Oeste de Alemania la “emancipación” de los judíos, la creación de sinagogas, etc. La idea se extendió y a pesar de todas las advertencias de nuestros grandes (Goethe, Fichte, Herder), la “hermandad de todos los pueblos” continuó su camino.
Por ello, los judíos del mundo entero glorifican desde hace 130 años el año 1789. Con razón, fue para ellos el año, ante el cual cualquier otro en la historia se hundía. Y bajo los clarines de la idea de entonces, la incursión de Israel ha ido por todo el mundo.
No, si nosotros queremos un levantamiento del pueblo alemán contra la rapacidad extranjera, entonces no debemos poner nuestros ojos sobre la hipnotizante tricolor, sino que tenemos que dirigirlos sobre nuestro interior, sobre las fuerzas en crecimiento de nuestra propia esencia, y debemos llevar nuestra bandera como señal de otros principios éticos de disposición, responsabilidad y de dominio de sí mismo.
Esto significa ahora: ¡golpe de timón! El sentido de la venidera revolución alemana está en suplantar el “orden” de hoy por una legislación germana. Se tiene que crear un suelo más puro y tiene que imperar un ambiente espiritual más claro, con el fin de que podamos apreciar la grandeza de nuestro pueblo...
Alfred Rosenberg, AUS: Kampf um die Macht, Aufsätze von 1921-1932
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