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jueves, 18 de junio de 2009

Sobre Nietzsche, judíos y tergiversaciones...





Desde hace tiempo he observado con gran repugnancia las cínicas campañas de "blanqueo" que constantemente realizan algunas organizaciones pro-judías y demo-burguesas; hechas especialmente con miras a lavar y encubrir sus culpas históricas y al mismo tiempo evitar cuestionamientos.

Me explico: estos mismos sujetos que consideran al Revisionismo Histórico como una vulgar y apócrifa propaganda para exculpar al nazismo de las responsabilidades por los "horrores" (aún sin comprobar) de la Segunda Guerra Mundial, se permiten -con sorprendente soltura- propagandear temerarias interpretaciones de hechos históricos que lavan convenientemente el pasado del judaísmo, del sionismo y las "democracias liberales", entre otras lindezas.

Un claro ejemplo es como consiguieron los judíos liberarse de su indiscutible e idílica relación con Stalin, exaltando hasta las nubes la existencia de judíos muertos bajo su tiranía, como si fuese lo único que los judíos hicieron durante el régimen de uno de los peores criminales políticos de la historia: sufrir y morir. Nada se dice al respecto de la influencia de los Kaganovic a espaldas del tirano comunista, ni de los judíos colocados en la dirección de la KGB, ni los líderes judíos del Ejército Rojo, ni de los banqueros judíos que financiaron al bolchevismo... Ni pensar que llegue a mencionarse que la madre de Stalin era de origen judío.

Bajo el mismo prisma reinterpretativo, cualquiera que realmente quiera verlo, puede descrubrir un siniestro rompecabezas de revisión de hechos históricos principalmente relacionados con la presencia del pueblo judío en el mundo; asi tenemos: la constante afirmación de que los judíos no constituyen una raza o un conglomerado étnico, sino solamente una "religión", los intentos por negar y ocultar las acusaciones de asesinatos de corte ritual que pesan sobre los sectores más fanáticos del judaísmo desde hace siglos; la falsificación del origen de Karl Marx, Engels, Lenin y otros, vinculándolos a supuestas "familias cristianas"; información sesgada acerca de las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki –sin necesidad militar alguna- por orden del judío Harry Solomon Truman y con el beneplácito de grandes personalidades judías como Einstein; la falsificación de los hechos históricos que tuvieron lugar en la fundación del Estado Israelí y el robo de las tierras de Palestina; mentiras sobre el asesinato de John F. Kennedy (perpetrado por el judío Lee H. Oswald, muerto a su vez por el judío Jack Ruby); ocultamiento del incuestionable hecho de que la mayor parte de los cabecillas de la mafia, estafadores, tratantes de blancas y pornógrafos eran y son judíos, etc, etc, etc...

Sin embargo, a la lista de "revisiones" se ha sumado recientemente uno de los más repulsivos y burdos intentos de la judería por liberarse de opiniones no convenientes. Se trata de una ominosa campaña en torno a la controvertida vida del gran filósofo Friedrich Nietzsche, conocido por su público desprecio a los judíos, a la metafísica y a su histórico accionar en los umbrales de la noche del ser humano contemporáneo. Y estas "revisiones" se efectúan sobre todo a partir del centenario de su muerte (Año 2000), acontecida en 1900, por lo que el sacrilegio resulta doble.

No voy a explayarme en una aburrida exposición de fuentes y medios por los cuales se ha dado paso a esta trastocada campaña; prefiero que los interesados adviertan por si mismos que ya hace tiempo que ocupa algunas líneas de documentales y textos oficiales sobre el filósofo, llegando incluso a ser expuesto como un "filosemita", un amigo de los judíos, y que esta simpatía por el pueblo de Israel habría sido, incluso, la razón de fondo que minó la amistad entre el filósofo y el compositor Richard Wagner (!). Otros, los "progres" de izquierda, han propuesto toda una interpretación pseudofilantrópica en torno a la imagen de Nietzsche, llegando a presentar al pensador que anunció la muerte del ser humano y clamó la apología de la guerra como un vulgar "hippie", amante de la inferioridad del hombre, de la anarquía y de un malsano amor al prójimo... Tambien, por supuesto, un amigo y amante incondicional de los judíos.

Dejaré algo en claro. No me engaño con la posibilidad de dar a la obra de Nietzsche una y sólo una intepretación, pues sé de sobra que el afirmarlo seria falso. Si existe un filósofo capaz de sembrar discordia, confusión y controversia sobre su propia obra, sin duda que Nietzsche ocuparía el primero, segundo y tercer lugar de la tabla. No obstante, una cosa es "interpretar" y otra "tergiversar" y falsificar; lo sabemos de sobra. El gran Nietzsche es quien formula, acaso, las críticas más ácidas, feroces y sustentables contra los judíos a finales del siglo XIX, de modo que era urgente trastrocar sus trabajos difuminando el halo "antisemita", pero resultó imposible persuadir a alguien de que Nietzsche jamás tomó a los judíos en cuenta en su obra, por lo que hubo que mutarlo diametralmente hasta convertirlo en un "filosemita"... De crítico feroz, belicoso y desgarrador, a manso y "políticamente correcto". Notable maquillaje; mas bien dicho, "travestismo" literario, aunque de literario tiene poco, pues principalmente la TV es el mas efectivo medio de difusión de semejantes aberraciones. Hace un siglo hubiese resultado muy fácil sacar a Nietzsche de las bibliotecas, como se hace ahora con Ezra Pound, Julius Evola o Leon Degrelle; mas, ha pasado ya demasiado tiempo para ello. La única alternativa que queda a estos capos tergiversadores es el retoque y la trabucación de su obra.

Sin duda hay fragmentos en las obras de Nietzsche que parecen favorables a los judíos (yo los interpreto como magistralmente irónicos), asimismo Nietzsche tuvo en su juventud algunos amigos judíos como Paul Rée o Lou Salomé,a quien incluso propuso matrimonio; pero de ahí a creer en un Nietzsche amante de los judíos, filosemita e incapaz de fundar críticas radicales contra una raza tan aciaga para la cultura occidental como la judía, siendo precisamente relevante y conocido por sus críticas, es algo que no cabe en la cabeza de ni el menos dotado, intelectualmente hablando, de los conocedores del trabajo de este adalid de las letras. No obstante, bastaría con un par de programillas de televisión para comprometer a las masas - de perogrullo mayoritariamente iletradas- con un planteamiento tan descabellado como el del Nietzsche que amaba a los judíos.

Por ello me he arrogado el trabajo de demostrarlo.
Me considero un buen conocedor del trabajo de Nietzsche, sin embargo, mas que hacer un análisis profundo, espero que el indulgente lector me permita reproducir a continuación una serie de extractos de la obra del filósofo. Las citas son breves, precisas y claras, de modo que resultan particularmente útiles. Pues bien, todo sea por destruir ese "Nietzsche paralelo" que se está intentando crear o traer desde no sé qué dimensión; una dimensión infrahumana, en todo caso.

"Allí donde están nuestros defectos e imperfecciones se desata nuestra fantasiosa exaltación. La sentencia ilusoria "amad a vuestros enemigos" la tuvieron que inventar los judíos, los más espléndidos maestros del odio que jamás hayan existido. La más hermosa glorificación de la castidad ha sido cantada por aquellos que en su juventud llevaron una vida licenciosa y repugnante".
(F. Nietzsche, "Morgenröte", 1881)

"Los judíos -un pueblo "nacido para la esclavitud" como dice Tácito, el "pueblo elegido", como dicen y creen ellos- han llevado a cabo el prodigio de la inversión de los valores, gracias al cual la vida sobre la Tierra ha cobrado un peligroso estímulo por un par de milenios. Sus profetas han fusionado en uno "rico", "ateo", "malo", "violento", "sensual" y por primera vez acuñaron la palabra "mundo" como epíteto de oprobio. En esta inversión de los valores (...) radica el significado del pueblo judío: con él comienza la rebelión de los esclavos en la moral".

"Roma sentía en el judío algo como una naturaleza opuesta a la suya, un monstruo colocado en sus antípodas; en Roma el judío era considerado corno un ser "convicto de odio contra el género humano".
(F. Nietzsche, "Jenseits von Gut und Böse", 1886)

"Nada de lo que en la tierra se ha hecho contra «los nobles», «los violentos», «los señores», «los poderosos», merece ser mencionado si se lo compara con lo que los judíos han hecho contra ellos: los judíos, ese pueblo sacerdotal, que no ha sabido tomar satisfacción de sus enemigos y dominadores más que con una radical transvaloración 24 de los valores propios de éstos, es decir, por un acto de la más espiritual venganza. Esto es lo único que resultaba adecuado precisamente a un pueblo sacerdotal, al pueblo de la más refrenada ansia de venganza sacerdotal. Han sido los judíos los que, con una consecuencia lógica aterradora, se han atrevido a invertir la identificación aristocrática de los valores (bueno = noble = poderoso = bello = feliz = amado de Dios) y han mantenido con los dientes del odio más abismal (el odio de la impotencia) esa inversión, a saber, «¡los miserables son los buenos; los pobres, los impotentes, los bajos son los únicos buenos; los que sufren, los indigentes, los enfermos, los deformes son también los únicos piadosos, los únicos benditos de Dios, únicamente para ellos existe bienaventuranza, –– en cambio vosotros, vosotros los nobles y violentos, vosotros sois, por toda la eternidad, los malvados, los crueles, los lascivos, los insaciables, los ateos, y vosotros seréis también eternamente los desventurados, los malditos y condenados!...» Se sabe quien ha recogido la herencia de esa transvaloración judía..."
( F. Nietzsche, "Zur Genealogie der Moral: Eine Streitschrift", 1887)

"Las disposiciones del código de Manú son suficientemente instructivas: en ella tenemos la humanidad aria, por completo pura y primordial. Ahí aprendemos que el concepto de "sangre pura" es lo opuesto de un concepto inocuo. Por otra parte se aclara en qué pueblo se ha perpetuado el odio, el odio del chandala contra esa "humanidad", dónde ese odio se ha vuelto religión, gentalidad... En este respecto los Evangelios son documentos de primer orden; más aún el libro de Enoch. El cristianismo, de raíz judía y sólo comprensible como vegetación de ese suelo, representa el movimiento opuesto a toda moral de crianza, de raza, de privilegio. Es la religión antiaria par escellence (...) La venganza inmortal del chandala como religión del amor".
(F. Nietzsche, Götzen-Dämmerung", 1889)

"Los judíos son el pueblo más notable de la historia porque, colocados ante la cuestión de ser o no ser, con una conciencia completamente siniestra prefirieron ser a cualquier precio. El precio fue la radical falsificación de toda naturaleza, de toda naturalidad, toda realidad, del mundo interior tanto como del exterior. Se segregaron de todas las condiciones, contra todas las condiciones, bajo las que un pueblo podía vivir. Crearon de sus entrañas un concepto antagónico de las condiciones naturales. Han tomado sucesivamente la religión, el culto, la moral, la historia, la psicología y los han invertido de modo incurable, en contradicción con su valor de naturaleza (...) Los judíos son el pueblo más fatídico de la historia universal: en su efecto ulterior han hecho a la humanidad tan falsa que todavía hoy el cristiano puede albergar un sentimiento antijudío sin comprenderse a sí mismo como la última consecuencia judía (...) Estudiado psicológicamente, el pueblo judío es un pueblo de la más pertinaz vitalidad, la cual -colocada bajo condiciones imposibles- libremente, por la astucia profunda de la autoconservación, tomó partido por todos los instintos de la decadencia. No como dominado por ello, sino porque en ellos adivina un poder con el cual puede afirmarse contra "el mundo". Los judíos son la contrapartida de toda decadencia. La han representado hasta la ilusión. Con un non plus ultra de genio teatral han sabido colocarse a la cabeza de todos los movimientos decadentes (como el cristianismo de Paulus), para extraer de ellos algo más fuerte que cada movimiento afirmados de la vida. Para esa especie de hombre que reclama poder en judaísmo y cristianismo, una especie sacerdotal, la decadencia es sólo un medio: esa especie de hombre tienen un interés vital en enfermar a la humanidad, en apoderarse de los conceptos de "bueno", "malo", "verdadero", "falso" e invertirlos en un sentido peligroso para la vida y calumniador para el mundo".
(F. Nietzsche, "Der Antichrist", 1888)

"La imitación es el talento de los judíos".
(F. Nietzsche, "Ecce homo", 1889).

"Cuando los judíos se presentan como si fueran la inocencia misma, es que un gran peligro les amenaza".
(F. Nietzsche, "Fragmentos Postumos").

Esto es un pequeño muestrario del "filosemitismo" que transpira Nietzsche en su obra; sin embargo seamos realistas, sabemos que unas cuantas citas perdidas en un "blog" jamás podrían detener una campaña infame, como la que pretende crear la imagen de un Nietzsche que vió en los judíos un pueblo ejemplar y dignatario. Sin embargo, estoy esperanzado a que, al menos usted estimado lector, no creerá tales patrañas.

Y si la frase antológica de Nietzsche reza: "Dios ha muerto. ¡Viva el superhombre!", tal como va el mundo, la de mañana dirá: "La Verdad ha muerto. ¡Viva Sión!"; o quizá se enarbole como bandera la consigna orwelliana: "La ignorancia es la fuerza, la libertad es la esclavitud, la guerra es la paz." .

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lunes, 19 de enero de 2009

SCHOPENHAUER


"La naturaleza es la más aristocrática del mundo. Todas
las diferencias que establecen entre los hombres la alcurnia y
la riqueza en Europa o las castas en la India, son una futileza
en comparación de la distancia que la naturaleza ha fijado
irrevocablemente desde el punto de vista moral e intelectual.

En la aristocracia de la naturaleza, como en las otras
aristocracias, hay diez mil plebeyos por un noble, y millones
por un príncipe. La gran multitud es el montón, el populacho.
Por eso, dicho sea de paso, los patricios y los nobles de la
naturaleza debieran mezclarse tan poco con el populacho
como los de los Estados, y vivir tanto más separados e
inabordables cuanto más alto."

Arthur Schopenhauer.

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viernes, 16 de enero de 2009

Friedrich "el inactual"


"Mas, ¿qué decir ahora de un ideal más noble? Inclinémonos ante los hechos consumados: el pueblo es el que ha vencido, o bien "los esclavos” o bien "el populacho” o bien "el rebaño", llamadle como queráis... ¡pues bien, jamás pueblo alguno tuvo una misión histórica más importante! Los "señores" han sido abolidos; la moral del hombre común ha triunfado. Podéis, si queréis, comparar esta victoria a un envenenamiento de la sangre, yo no me opongo a ello; pero es indudable que esta intoxicación ha triunfado. La "redención o la liberación" del género humano (quiero decir, la emancipación del yugo de los "señores") está en buen camino; todo se judaíza, o se cristianiza, o se aplebeya a ojos vistas (¡qué nos importan las palabras!)"

Friedrich Wilhelm Nietzsche, Más allá del Bien y del Mal.

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martes, 13 de enero de 2009

MARTIN HEIDEGGER (I)



Martin Heidegger
...(una humilde aproximación a su pensamiento, por un servidor)

(1889 – 1976)

Nació el 26 de septiembre de 1889 en el pueblo de Messkirch, región de Balden-Wurtemberg, en la Selva Negra alemana y murió ahí mismo, en casi total aislamiento, el 26 de mayo de 1976.

Según diversas opiniones, Martin Heidegger fue un fenomenólogo, un existencialista, un ‘nazi’, uno de los filósofos más originales (o el más original) del siglo XX, un charlatán pretensioso o un gran espíritu. Es verdad que aplaudió la toma del poder por Adolf Hitler (como debe ser) y que se separó de Husserl por que este era judío, además de ser nombrado orgullosamente “FührerRektor” de la Universidad de Friburgo.

Se consideraba a sí mismo un fenomenólogo, pero los demás creen que fue el primer existencialista ateo (en realidad agnóstico).

La mayoría (¿burguesía?) coincide, empero, en que es muy difícil seguir a Heidegger, casi imposible sintetizarlo, y bastante especulativo. Su método esta a años luz de distancia de la lógica rigurosa de la filosofía analítica.

En este foro trataremos de discutir y analizar algunos aspectos de su filosofía.

Heidegger y el lenguaje.

Mediante el contraste entre arte y tecnología, Heidegger intenta mostrarnos que hay diferentes formas de ser-en-el-mundo (in-der-Welt-sein). Algunas, como el arte, implican un cuidado de las cosas en su contexto y significado histórico. Esto es parte de la vida auténtica. Pero otras, como las actitudes tecnológicas que tratan todo como un recurso disponible, niegan que somos solamente un ser entre muchos seres...y, en consecuencia, niegan el Ser.

¿Cómo logramos esa otra relación con el mundo? ¿Cómo llegamos a una actitud que no sea tecnológica? Al reconocernos como Dasein (ser-ahí) y no como ‘cosa pensante’, estamos en condiciones de percibir que una de nuestras prácticas sociales nos permite discernir nuestra relación con el Ser, al mismo tiempo que nos muestra cómo vivir acorde con ella. Esta práctica, la preocupación central de la última parte de la vida de Heidegger, es el LENGUAJE.

Pero Heidegger no buscaba el lenguaje cotidiano; ni el de la lógica racional. Sino las palabras fundamentales, una poética que tendiera un puente con el Ser.

Mediante el lenguaje, podemos experimentar nuestra relación original con el misterio de la existencia.

El lenguaje es como una memoria extendida del Ser, que registra todos los momentos en que hubo seres que surgieron a la existencia.
Cada aparición del Ser crea una palabra especial que se convierte en símbolo de su llegada.
Si buscamos el origen de nuestras palabras fundamentales, podemos recordar la experiencia original de su surgimiento a la existencia por el Ser.

¿Cómo entender el significado primordial que Heidegger atribuía al lenguaje?; tomemos , por ejemplo, la palabra “amor” tal como nuestra ‘sociedad’ la usa hoy.

Uno puede ‘amar el fútbol y la cerveza’, uno puede ‘amar’ el chocolate, el cine, el dinero, el sexo...¿puede uno amar a su pareja?
Luego de ver la palabra “Amor” en miles de tarjetas, avisos comerciales, revistas de chismes y ‘entretenimiento’, hallamos su sentido empobrecido. “Amor” ya no tiene el significado que una vez tuvo. Hoy, en nuestra materialista sociedad, decir “te amo” no es muy diferente a decir “ “pásame la sal”; ¿Y que hay de la expresión “hacer el amor”?

Heidegger pensaba que el proceso por el que las palabras se empobrecen es largo.

Cada generación añade una capa de barniz sobre el sentido original de la palabra esta se va cubriendo de estratos.
Según Heidegger, hubo un momento en que alguien pronunció por primera vez la palabra “amor”. En ese momento no había diferencia entre la palabra y su
sentido, entre la palabra y su experiencia original. “Amor” se hizo existente en el momento en que fue hablado. En ese instante, el ser llamado “amor” surgió a la existencia por el Ser.
Para Heidegger, la clave para entender nuestro lugar en el mundo reside en reconocer ese momento inicial de la existencia, el momento en que “el Ser habla”, un momento presente en el núcleo de nuestras palabras más importantes. Al quitar las capas de sedimentos que la historia ha depositado sobre la experiencia original de las palabras capitales de nuestra vida —verdad, conocimiento, ser humano, etc. — podemos vivir una vez más en relación con esos acontecimientos de la existencia. Así, cuando alguien dice “te amo”, experimentará el significado original y genuino de sus palabras y, en consecuencia, aceptará la responsabilidad de lo que declara.

Según Heidegger, la experiencia original de la mayoría de las palabras fundamentales de nuestra vida está inscripta en la lengua griega. El griego no es un lenguaje común, sino que mantiene una relación especial e inmanente con el Ser. En griego, lo que se dice, al mismo tiempo es.

Nuestras palabras fundamentales surgieron a la existencia en griego, la lengua en que por primera vez se pronunciaron las preguntas fundamentales. Por su relación especial con los seres y el Ser, Heidegger decía que el griego era el Logos: un lenguaje en el que las palabras son inseparables de aquello que nombran.

A fin de descubrir y vivenciar nuestras palabras más importantes, debemos retrotraernos a sus orígenes griegos. Una vez que lo hemos hecho, empezamos a comprender nuestra relación con el Ser.

Todo nuestro lenguaje, el lenguaje del Dasein, se convierte en la memoria viva de los seres que surgen a la existencia o, como dijo Heidegger, “el lenguaje es la morada del ser”.
Somos el ser especial que puede hacer preguntas sobre el Ser y, por tener esa capacidad, nos convertimos en cuidadores o guardianes del Ser.

En su eterna búsqueda del lenguaje que rompiera con las capaz de barniz dispuestas sobre el sentido original, Heidegger forzó su lengua nativa hasta el extremo:
· Acuño términos.
· Fusionó palabras.
· Desempolvó viejos vocablos en desuso.
· Tamizó etimologías.
· Forjó nuevos sentidos.

Todo esto motiva la discusión de sus intérpretes, pero para Heidegger todo fue una necesidad del pensar, puesto que…

“2000 años de pretensiones filosóficas egoístas han oscurecido nuestra relación única con el Ser”

En la historia que nos cuenta Heidegger,

· El Ser fue velado primero por las Ideas de Platón.
· Luego por la Sustancia de Aristóteles,
· La Cosa Pensante de Descartes,
· El Imperativo Categórico de Kant,
· La Voluntad de Poder de Nietzsche, y hasta
· El Existencialismo ‘humanista’ de Sartre (que irónicamente esta inspirado sobre la obra de Heidegger)

Poco a poco el Ser quedó olvidado detrás de los razonamientos, el cálculo, la lógica y también el irracionalismo.

Por olvidar la característica más importante de nuestra existencia, hemos pagado un precio demasiado alto: un mundo dominado por la actitud tecnológica.

Pero eso será tratado en otra ocasión…

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¿QUÉ ES ILUSTRACIÓN? por Immanuel Kant



La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. El mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración.
La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter maiorennes), permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea. Como la mayoría de los hombres (y entre ellos la totalidad del bello sexo) tienen por muy peligroso el paso a la mayoría de edad, fuera de ser penoso, aquellos tutores ya se han cuidado muy amablemente de tomar sobre sí semejante superintendencia. Después de haber atontado sus reses domesticadas, de modo que estas pacíficas criaturas no osan dar un solo paso fuera de las andaderas en que están metidas, les mostraron el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas. Lo cierto es que ese riesgo no es tan grande, pues después de algunas caídas habrían aprendido a caminar; pero los ejemplos de esos accidentes por lo común producen timidez y espanto, y alejan todo ulterior intento de rehacer semejante experiencia.
Por tanto, a cada hombre individual le es difícil salir de la minoría de edad, casi convertida en naturaleza suya; inclusive, le ha cobrado afición. Por el momento es realmente incapaz de servirse del propio entendimiento, porque jamás se le deja hacer dicho ensayo. Los grillos que atan a la persistente minoría de edad están dados por reglamentos y fórmulas: instrumentos mecánicos de un uso racional, o mejor de un abuso de sus dotes naturales. Por no estar habituado a los movimientos libres, quien se desprenda de esos grillos quizá diera un inseguro salto por encima de alguna estrechísima zanja. Por eso, sólo son pocos los que, por esfuerzo del propio espíritu, logran salir de la minoría de edad y andar, sin embargo, con seguro paso.
Pero, en cambio, es posible que el público se ilustre a sí mismo, siempre que se le deje en libertad; incluso, casi es inevitable. En efecto, siempre se encontrarán algunos hombres que piensen por sí mismos, hasta entre los tutores instituidos por la confusa masa. Ellos, después de haber rechazado el yugo de la minoría de edad, ensancharán el espíritu de una estimación racional del propio valor y de la vocación que todo hombre tiene: la de pensar por sí mismo. Notemos en particular que con anterioridad los tutores habían puesto al público bajo ese yugo, estando después obligados a someterse al mismo. Tal cosa ocurre cuando algunos, por sí mismos incapaces de toda ilustración, los incitan a la sublevación: tan dañoso es inculcar prejuicios, ya que ellos terminan por vengarse de los que han sido sus autores o propagadores. Luego, el público puede alcanzar ilustración sólo lentamente. Quizá por una revolución sea posible producir la caída del despotismo personal o de alguna opresión interesada y ambiciosa; pero jamás se logrará por este camino la verdadera reforma del modo de pensar, sino que surgirán nuevos prejuicios que, como los antiguos, servirán de andaderas para la mayor parte de la masa, privada de pensamiento.
Sin embargo, para esa ilustración sólo se exige libertad y, por cierto, la más inofensiva de todas las que llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un uso público de la propia razón, en cualquier dominio. Pero oigo exclamar por doquier: ¡no razones! El oficial dice: ¡no razones, adiéstrate! El financista: ¡no razones y paga! El pastor: ¡no razones, ten fe! (Un único señor dice en el mundo: ¡razonad todo lo que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!) Por todos lados, pues, encontramos limitaciones de la libertad. Pero ¿cuál de ellas impide la ilustración y cuáles, por el contrario, la fomentan? He aquí mi
respuesta: el uso público de la razón siempre debe ser libre, y es el único que puede producir la ilustración de los hombres. El uso privado, en cambio, ha de ser con frecuencia severamente limitado, sin que se obstaculice de un modo particular el progreso de la ilustración.
Entiendo por uso público de la propia razón el que alguien hace de ella, en cuanto docto, y ante la totalidad del público del mundo de lectores. Llamo uso privado al empleo de la razón que se le permite al hombre dentro de un puesto civil o de una función que se le confía. Ahora bien, en muchas ocupaciones concernientes al interés de la comunidad son necesarios ciertos mecanismos, por medio de los cuales algunos de sus miembros se tienen que comportar de modo meramente pasivo, para que, mediante cierta unanimidad artificial, el gobierno los dirija hacia fines públicos, o al menos, para que se limite la destrucción de los mismos. Como es natural, en este caso no es permitido razonar, sino que se necesita obedecer. Pero en cuanto a esta parte de la máquina, se la considera miembro de una comunidad íntegra o, incluso, de la sociedad cosmopolita; en cuanto se la estima en su calidad de docto que, mediante escritos, se dirige a un público en sentido propio, puede razonar sobre todo, sin que por ello padezcan las ocupaciones que en parte le son asignadas en cuanto miembro pasivo. Así, por ejemplo, sería muy peligroso si un oficial, que debe obedecer al superior, se pusiera a argumentar en voz alta, estando de servicio, acerca de la conveniencia o inutilidad de la orden recibida. Tiene que obedecer.
Pero no se le puede prohibir con justicia hacer observaciones, en cuanto docto, acerca de los defectos del servicio militar y presentarlas ante el juicio del público. El ciudadano no se puede negar a pagar los impuestos que le son asignados, tanto que una censura impertinente a esa carga, en el momento que deba pagarla, puede ser castigada por escandalosa (pues podría ocasionar resistencias generales). Pero, sin embargo, no actuará en contra del deber de un ciudadano si, como docto, manifiesta públicamente sus ideas acerca de la inconveniencia o injusticia de tales impuestos. De la misma manera, un sacerdote está obligado a enseñar a sus catecúmenos y a su comunidad según el símbolo de la Iglesia a que sirve, puesto que ha sido admitido en ella con esa condición. Pero, como docto, tiene plena libertad, y hasta la misión, de comunicar al público sus ideas --cuidadosamente examinadas y bien intencionadas-- acerca de los defectos de ese símbolo; es decir, debe exponer al público las proposiciones relativas a un mejoramiento de las instituciones, referidas a la religión y a la Iglesia. En esto no hay nada que pueda provocar en él escrúpulos de conciencia. Presentará lo que enseña en virtud de su función --en tanto conductor de la Iglesia-- como algo que no ha de enseñar con arbitraria libertad, y según sus propias opiniones, porque se ha comprometido a predicar de acuerdo con prescripciones y en nombre de una autoridad ajena. Dirá: nuestra Iglesia enseña esto o aquello, para lo cual se sirve de determinados argumentos. En tal ocasión deducirá todo lo que es útil para su comunidad de proposiciones a las que él mismo no se sometería con plena convicción; pero se ha comprometido a exponerlas, porque no es absolutamente imposible que en ellas se oculte cierta verdad que, al menos, no es en todos los casos contraria a la religión íntima. Si no creyese esto último, no podría conservar su función sin sentir los reproches de su conciencia moral, y tendría que renunciar. Luego el uso que un predicador hace de su razón ante la comunidad es meramente privado, puesto que dicha comunidad sólo constituye una reunión familiar, por amplia que sea. Con respecto a la misma, el sacerdote no es libre, ni tampoco debe serlo, puesto que ejecuta una orden que le es extraña. Como docto, en cambio, que habla mediante escritos al público, propiamente dicho, es decir, al mundo, el sacerdote gozará, dentro del uso público de su razón, de una ilimitada libertad para servirse de la misma y, de ese modo, para hablar en nombre propio. En efecto, pretender que los tutores del pueblo (en cuestiones espirituales) sean también menores de edad, constituye un absurdo capaz de desembocar en la eternización de la insensatez.
Pero una sociedad eclesiástica tal, un sínodo semejante de la Iglesia, es decir, una classis de reverendos (como la llaman los holandeses) ¿no podría acaso comprometerse y jurar sobre algún símbolo invariable que llevaría así a una incesante y suprema tutela sobre cada uno de sus miembros y, mediante ellos, sobre el pueblo? ¿De ese modo no lograría eternizarse? Digo que es absolutamente imposible. Semejante contrato, que excluiría para siempre toda ulterior ilustración del género humano es, en sí mismo, sin más nulo e inexistente, aunque fuera confirmado por el poder supremo, el congreso y los más solemnes tratados de paz. Una época no se puede obligar ni juramentar para poner a la siguiente en la condición de que le sea imposible ampliar sus conocimientos (sobre todo los muy urgentes), purificarlos de errores y, en general, promover la ilustración. Sería un crimen contra la naturaleza humana, cuya destinación originaria consiste, justamente, en ese progresar. La posteridad está plenamente justificada para rechazar
aquellos decretos, aceptados de modo incompetente y criminal. La piedra de toque de todo lo que se puede decidir como ley para un pueblo yace en esta cuestión: ¿un pueblo podría imponerse a sí mismo semejante ley? Eso podría ocurrir si por así decirlo, tuviese la esperanza de alcanzar, en corto y determinado tiempo, una ley mejor, capaz de introducir cierta ordenación. Pero, al mismo tiempo, cada ciudadano, principalmente los sacerdotes, en calidad de doctos, debieran tener libertad de llevar sus observaciones públicamente, es decir, por escrito, acerca de los defectos de la actual institución. Mientras tanto --hasta que la intelección de la cualidad de estos asuntos se hubiese extendido lo suficiente y estuviese confirmada, de tal modo que el acuerdo de su voces (aunque no la de todos) pudiera elevar ante el trono una propuesta para proteger las comunidades que se habían unido en una dirección modificada de la religión, según los conceptos propios de una comprensión más ilustrada, sin impedir que los que quieran permanecer fieles a la antigua lo hagan así-- mientras tanto, pues, perduraría el orden establecido. Pero constituye algo absolutamente prohibido unirse por una constitución religiosa inconmovible, que públicamente no debe ser puesta en duda por nadie, aunque más no fuese durante lo que dura la vida de un hombre, y que aniquila y torna infecundo un período del progreso de la humanidad hacia su perfeccionamiento, tornándose, incluso, nociva para la posteridad. Un hombre, con respecto a su propia persona y por cierto tiempo, puede dilatar la adquisición de una ilustración que está obligado a poseer; pero renunciar a ella, con relación a la propia persona, y con mayor razón aún con referencia a la posteridad, significa violar y pisotear los sagrados derechos de la humanidad. Pero lo que un pueblo no puede decidir por sí mismo, menos lo podrá hacer un monarca en nombre del mismo. En efecto, su autoridad legisladora se debe a que reúne en la suya la voluntad de todo el pueblo. Si el monarca se inquieta para que cualquier verdadero o presunto perfeccionamiento se concilie con el orden civil, podrá permitir que los súbditos hagan por sí mismos lo que consideran necesario para la salvación de sus almas. Se trata de algo que no le concierne; en cambio, le importará mucho evitar que unos a los otros se impidan con violencia trabajar, con toda la capacidad de que son capaces, por la determinación y fomento de dicha salvación.
Inclusive se agravaría su majestad si se mezclase en estas cosas, sometiendo a inspección gubernamental los escritos con que los súbditos tratan de exponer sus pensamientos con pureza, salvo que lo hiciera convencido del propio y supremo dictamen intelectual --con lo cual se prestaría al reproche Caesar non est supra grammaticos-- o que rebajara su poder supremo lo suficiente como para amparar dentro del Estado el despotismo clerical de algunos tiranos, ejercido sobre los restantes súbditos.
Luego, si se nos preguntara ¿vivimos ahora en una época ilustrada? responderíamos que no, pero sí en una época de ilustración. Todavía falta mucho para que la totalidad de los hombres, en su actual condición, sean capaces o estén en posición de servirse bien y con seguridad del propio entendimiento, sin acudir a extraña conducción. Sin embargo, ahora tienen el campo abierto para trabajar libremente por el logro de esa meta, y los obstáculos para una ilustración general, o para la salida de una culpable minoría de edad, son cada vez menores. Ya tenemos claros indicios de ello. Desde este punto de vista, nuestro tiempo es la época de la ilustración o "el siglo de Federico".
Un príncipe que no encuentra indigno de sí declarar que sostiene como deber no prescribir nada a los hombres en cuestiones de religión, sino que los deja en plena libertad y que, por tanto, rechaza al altivo nombre de tolerancia, es un príncipe ilustrado, y merece que el mundo y la posteridad lo ensalce con agradecimiento. Al menos desde el gobierno, fue el primero en sacar al género humano de la minoría de edad, dejando a cada uno en libertad para que se sirva de la propia razón en todo lo que concierne a cuestiones de conciencia moral. Bajo él, dignísimos clérigos --sin perjuicio de sus deberes profesionales-- pueden someter al mundo, en su calidad de doctos, libre y públicamente, los juicios y opiniones que en ciertos puntos se apartan del símbolo aceptado. Tal libertad es aún mayor entre los que no están limitados por algún deber profesional. Este espíritu de libertad se extiende también exteriormente, alcanzando incluso los lugares en que debe luchar contra los obstáculos externos de un gobierno que equivoca sus obligaciones. Tal circunstancia constituye un claro ejemplo para este último, pues tratándose de la libertad, no debe haber la menor preocupación por la paz exterior y la solidaridad de la comunidad. Los hombres salen gradualmente del estado de rusticidad por propio trabajo, siempre que no se trate de mantenerlos artificiosamente en esa condición.
He puesto el punto principal de la ilustración --es decir, del hecho por el cual el hombre sale de una minoría de edad de la que es culpable-- en la cuestión religiosa, porque para las artes y las ciencias los que dominan no tienen ningún interés en representar el papel de tutores de sus súbditos. Además, la minoría de edad en cuestiones religiosas es la que ofrece mayor peligro: también es la más deshonrosa. Pero el modo de pensar de un jefe de Estado que favorece esa libertad llega todavía más lejos y comprende que, en lo referente a la legislación, no es peligroso permitir que los súbditos hagan un uso público de la propia razón y expongan públicamente al mundo los pensamientos relativos a una concepción más perfecta de esa legislación, la que puede incluir una franca crítica a la existente. También en esto damos un brillante ejemplo, pues ningún monarca se anticipó al que nosotros honramos.
Pero sólo alguien que por estar ilustrado no teme las sombras y, al mismo tiempo, dispone de un ejército numeroso y disciplinado, que les garantiza a los ciudadanos una paz interior, sólo él podrá decir algo que no es lícito en un Estado libre: ¡razonad tanto como queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced! Se muestra aquí una extraña y no esperada marcha de las cosas humanas; pero si la contemplamos en la amplitud de su trayectoria, todo es en ella paradójico. Un mayor grado de libertad civil parecería ventajoso para la libertad del espíritu del pueblo y, sin embargo, le fija límites infranqueables. Un grado menor, en cambio, le procura espacio para la extensión de todos sus poderes. Una vez que la Naturaleza, bajo esta dura cáscara, ha desarrollado la semilla que cuida con extrema ternura, es decir, la inclinación y disposición al libre pensamiento, ese hecho repercute gradualmente sobre el modo de sentir del pueblo (con lo cual éste va siendo poco a poco más capaz de una libertad de obrar) y hasta en los principios de gobierno, que encuentra como provechoso tratar al hombre conforme a su dignidad, puesto que es algo más que una máquina.

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LIBERTAD DE EXPRESIÓN

Artículo 6o. La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, los derechos de tercero, provoque algún delito, o perturbe el orden público; el derecho a la información será garantizado por el Estado.
Artículo 7o. Es inviolable la libertad de escribir y publicar escritos sobre cualquier materia. Ninguna ley ni autoridad pueden establecer la previa censura, ni exigir fianza a los autores o impresores, ni coartar la libertad de imprenta, que no tiene más límites que el respeto a la vida privada, a la moral y a la paz pública. En ningún caso podrá secuestrarse la imprenta como instrumento del delito.

(Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos)


El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)


Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión

(Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.)


- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a "Libertades "del Tratado para el que se establece una Constitución Europea)

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